miércoles, 19 de marzo de 2014

El devenir de la vida

Miguel conducía su modesto seat por la ciudad mientras escuchaba la radio. Había sido profesor de instituto antes de que las canas se comenzaran a propagar por su pelo. Desde hacía unos años, solo era un hombre aburrido y solitario, pero hoy era diferente. Hoy tenía una cita. A pesar de ello, no parecía especialmente contento. Quizá había perdido ya la ilusión. Solo quizá. Tenía preparado un ramo de flores en el asiento trasero para la ocasión. En la radio sonaban las noticias de mediodía. “Dos semanas han pasado ya desde que el famoso arquitecto Daniel Gant tuviese el fatídico accidente de coche que...”. Miguel apagó la radio. Estaba cansado. Las noticias eran siempre desgracias y eso hacía que se deprimiese. Cuando se quiso dar cuenta, había llegado ya al lugar de su encuentro. Ajustó el retrovisor para poderse ver el pelo. Se lo arregló con las yemas de los dedos. Se ajustó el cuello de la camisa y el nudo de la corbata. Cogió el ramo de flores y salió finalmente del coche. Allí, de pie, sosteniendo el ramo con la mano derecha, ésta empezó a temblar nerviosa. Por fin había llegado.

La figura de una mujer sola en un banco destacó de inmediato. Miguel se acercó mientras cambiaba la expresión de su cara. La mujer sonreía dulcemente mientras se levantaba de su asiento.
-No ha cambiado nada, profesor -dijo la mujer mientras le daba dos besos.
-No me llames así, por favor. Ya no soy tu profesor, Alba -dijo él con una sonrisa de satisfacción. Le gustaba que le hubiese llamado así-. Toma, esto es para ti.
-¡Qué flores más bonitas! Muchas gracias -abrazó al profesor fuertemente.
Miguel se quitó la gabardina oscura y la colocó en el banco junto a él. Se sentó pesadamente.
-Los años no pasan en balde, ¿eh? -dijo la mujer mientras se sentaba también.
-Para ti tampoco, te has vuelto una mujer muy hermosa.
-No diga eso, profesor. Va a hacer que me ruborice -dijo entre risas.
Ambos quedaron callados durante un momento que se eternizó.
-Bueno, ¿qué es de tu vida, Alba? ¿Cómo te ha ido todo? Cuéntame.
-La verdad es que no me puedo quejar. Fui a la universidad e hice tres carreras: filosofía, filología española y psicología.
-Impresionante, eres muy joven.
-Tengo treinta años -dijo con cierta vergüenza.
-Perdón por interrumpir. Continua.
-Encontré en mis años de universidad al amor de mi vida. Alguien mayor que yo, que sabe cuidar de mi -dijo con la mirada perdida y con una sonrisa en los labios-. Estoy casada y tengo una niña preciosa de dos años.
-No sabes cuanto me alegro... -dijo Miguel con brillo en los ojos.
-¿Y que hay de usted, profesor? ¿Qué es de su vida?
-Estoy jubilado, solo y aburrido. Nada interesante.
-Ya veo...
Hablaron durante mucho rato. Recordaron viejos tiempos de instituto y contaron anécdotas. A medida que Alba le explicaba aspectos de su vida o su paso por la universidad, Miguel se sentía profundamente orgulloso. Había sido su profesor, responsable en gran medida de como era ahora esa brillante mujer que tenía ante él. Y el orgullo se tornó en su propia felicidad. Sentía que, aunque solo fuese por ella, había merecido la pena haberse hecho profesor.

Pero la dura realidad golpeó su mente. La felicidad se tornó tristeza. Se estremeció. En la mano derecha, el ramo de flores; en la mano izquierda un recorte de periódico. En él se leía: “Tragedia para Daniel Gant. Muere su mujer Alba Sanz y él resulta herido de gravedad”. En el artículo se repasaba la trayectoria profesional y personal de la fallecida junto a una foto reciente. Miguel estaba en un campo de rosas como le gustaba decir a uno de sus alumnos. Frente a él, una lápida blanca. Nueva. La inscripción que allí vio hizo que las lágrimas brotasen. “Alba Sanz Herrero. 1980-2010”. Solemnemente dejó las flores frente a la lápida. Titubeó unos instantes antes de irse mientras en voz baja dijo: “el destino puede llegar a ser muy cruel”.

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