viernes, 28 de marzo de 2014

Cazadores nocturnos

En la oscuridad de la noche, una figura vagaba por el corazón de un antiguo bosque. La luz de la luna se filtraba entre las hojas de los enormes árboles ancianos que lo poblaban. El silencio era sepulcral, y sólo se rompía a cada paso del viajero nocturno. El sonido metálico de cada paso junto a los leves destellos plateados que desprendía la misteriosa silueta, delataban que el extraño portaba armadura. Grebas, peto, brazales y yelmo de raído metal se mezclaban con los tonos pardos de cinturón, guantes y faltriqueras. También llevaba una veste por encima del peto de color azul oscuro, con filigranas doradas en los bordes, y una bufanda marrón de tela fina algo desgarrada y gastada. Entre la veste y el pantalón de lino oscuro, asomaba un trozo de cota de malla. A la cintura portaba una espada de mano y media en su vaina de madera, aunque su hoja era mas ancha de lo habitual. A la espalda, una escudo suizo de metal pulido, oscuro, con la figura de una dragón plateado grabado en él.

De repente, el guerrero paró su marcha. Escuchaba un extraño sonido siseante a su alrededor, entre los árboles, entre la maleza... El sonido se movía rápido, de un lado a otro, y obligó al desconocido a desenvainar, tomar su escudo y adoptar una actitud defensiva. De repente y tras un breve instante de silencio, algo golpeó al extraño en el costado derecho derribándole. La espada se le desprendió de su mano derecha. No así su escudo, pues la agarradera le abarcaba todo el antebrazo. Intentó recuperarse del impacto lo más raudo que pudo, y cuando alzó la vista advirtió cual había sido el objeto del choque. Un rostro de mujer hermoso le observaba con mirada esmeralda. Por un instante quedó embelesado por esos ojos y aquella boca escarlata rodeada de piel pálida. La mujer sonrió. No fue una sonrisa amable, tierna o dulce; fue una sonrisa de pura maldad. Tumbado aún en el suelo, el guerrero se impulsó con todas sus fuerzas para incorporarse lo más rápidamente que le fue posible. La mujer se movió con celeridad antinatural y pareció desaparecer ante sus ojos. Instintivamente, alzó su escudo lo necesario para cubrirse el torso y tensó los músculos. Sus instintos no le fallaron. Una nueva colisión le azotó, pero esta vez estaba preparado y el escudo absorbió el golpe, no sin romperle la guardia. A través de la rejilla del visor del yelmo pudo observar a su enemigo, esta vez de forma completa. No era una mujer. Al menos no era una mujer humana. Lo que se mostró ante él era una abominación. La mitad superior de la criatura era una mujer bella, desnuda, de pelo largo oscuro hasta la cintura. La parte inferior era el propio de una serpiente. El extraño entonces entendió que se enfrentaba a un monstruo: una Naga.

Pensó que tenía que coger su espada o se encontraría en serios problemas. La Naga miró entonces al suelo, al lugar donde había aterrizado la espada, y, con unos rápidos movimientos de sus músculos ventrales serpentinos, se desplazó en un instante donde se encontraba la espada. La cogió y la lanzo lejos, con la fuerza impropia de una mujer. El guerrero se hallaba ahora indefenso. Lejos de mostrar una actitud medrosa, se abalanzó contra su inhumano enemigo. La Naga abrió la boca dejando ver su auténtico rostro deformado y monstruoso, junto a sus tremendos colmillos y profirió un potente grito, tras el cual los dedos de su delicada mano se tornaron garras. El extraño no vaciló. Se dirigía a la carrera contra la abominación. Cuando llegó frente a ella, ésta intentó agarrar del cuello al hombre, pero lo pudo esquivar a tiempo agachando la cabeza, tras el cual movió el brazo izquierdo hacia delante propinando un fuerte golpe con el escudo en el rostro de la monstruosidad. La cabeza de la Naga sufrió el impacto dejándola brevemente aturdida. El guerrero no perdió el tiempo. Tras el golpe, recogió de nuevo su brazo izquierdo y lo puso sobre su hombro derecho para asestar un nuevo golpe de escudo con el brazo describiendo un largo arco en el aire, resultando en un golpe mucho más contundente. El hombre se dio cuenta de que la carne y la piel del monstruo eran más duros y resistentes que los de un humano normal. Sin dejar tiempo a la Naga para que se recuperase del tremendo golpe, apretó su puño derecho y, con un giro de cadera, proyectó su puño a la mandíbula de su contrincante, resultando en un impacto demoledor que hizo caer a la criatura. Ahora, su enemigo yacía en el suelo, semiconsciente.

Tenía que pensar rápido. Pensó en ir a buscar su hoja, pero no tenía tiempo y le resultaría muy difícil encontrarla en la oscuridad. Tubo una idea. Las Naga eran unos monstruo del tipo humanoide, es decir, con apéndices o estructura semejante a las de un humano. Su funcionamiento orgánico o sanguíneo no debería distar demasiado del de un humano normal. Quizá fuese más resistente pero vulnerable por los mismos puntos.

El guerrero se abalanzó sobre su enemiga y, tras un breve forcejeo, logró ponerla boca abajo. Aguantó con las rodillas los brazos del monstruo para poder inmovilizarla, mientras se sentaba sobre su espalda. Con las manos al fin libres le cogió de la larga cabellera y tiró de ella mientras la parte inferior de su cuerpo se retorcía inútilmente. La fuerza de la bestia era considerable, y, por el forcejeo, no pudo tirar de la cabeza para romperle el cuello. Visto esto, el hombre prefirió así usar la fuerza de su rival en su favor, y de repente empujó la cabeza hacia delante con todas sus fuerzas, resultando en un golpe muy contundente sobre el la tierra. La criatura empezó a expulsar sangre por la boca. El guerrero no paró. Siguió golpeando la cabeza del monstruo contra el suelo. Una y otra vez. La criatura acabó demasiado débil como para seguir oponiendo resistencia. Cuando estuvo lo suficientemente vulnerable, el extraño retiró el escudo de su antebrazo y lo sostuvo firmemente con ambas manos por la parte superior. Lo sostuvo por encima de su cabeza y apuntó con la parte inferior del escudo, acababa en punta, a la nuca de la indefensa Naga. Bajó el escudo con todas sus fuerzas y la punta aterrizó en su cuello, justo donde se encuentra la arteria aorta. La criatura gritó. El primer golpe no hizo más que una pequeña herida, pues la punta no estaba suficientemente afilada como para cortar, pero ello no hizo que éstos cesaran. Siguió. La herida, con cada golpe, se hacía cada vez más grande. La sangre no paraba de brotar con furia. Los gritos eran cada vez más desesperados. Siguió. El entonces pequeño agujero en la carne era ya una gran herida. Ya se distinguían venas, arterias e incluso cervicales. No paró. Cada vez estaba más cansado, pero una ira asesina se había apoderado de él. Tocó hueso y siguió atacando con más cólera. La sangre había formado ya un gran charco, y el guerrero tenía gran parte de la armadura, guantes y veste salpicados de sangre. Siguió con notables signos de agotamiento, pero siguió.

Paró cuando el escudo aterrizó sobre la tierra. Había cercenado por completo la cabeza del monstruo. Tiró el escudo y dejó muertos los brazos. Miró hacia el cielo estrellado,  y descansó con los ojos cerrados, exhausto. Cuando recuperó fuerzas recogió el escudo y fue a buscar la espada, lo cual le ocupó bastante tiempo. Cuando volvió donde la Naga yacía muerta, sacó del cinturón un cuchillo de desuello y comenzó a desollar la parte inferior de la criatura.

Tan concentrado estaba con el desuello que no percibió el sonido siseante que le rodeaba. Cada vez se escuchaba más; cada vez estaba más cerca. Hasta que paró en seco. Reaccionó demasiado tarde; cuando alzó la vista lo único que pudo ver fueron unos rostros de mujeres con miradas y sonrisas lascivas que le rodeaban. Y unas delicadas manos se posaron con suavidad sobre su cuello, antes de que las garras rasgaran su carne y le partiesen el cuello.

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